Las guerras comerciales en el mundo no son nuevas
Dicen que la historia no se repite, pero a menudo rima. Es por esto que la crónica de la relación de China con el resto de naciones extranjeras en los últimos ocho siglos está tan llena de rima.
Muchos funcionarios a lo largo de la historia han asegurado que Pekín no tenía intención de cambiar su sistema dominado por el estado en deferencia al clamor de los extranjeros.
Dicen que la historia no se repite, pero a menudo rima. Es por esto que la crónica de la relación de China con el resto de naciones extranjeras en los últimos ocho siglos está tan llena de rima, reiteración y asonancia que la cadencia de su compromiso con el mundo exterior parece no haber cambiado.
Algunos de los ecos que reverberan a lo largo de los siglos sólo pueden describirse como misteriosos. Consideremos, por ejemplo, los paralelismos entre las negociaciones comerciales de Charles de Constant, un comerciante europeo en la década de 1780, y las del actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Al igual que Trump, de Constant y los demás comerciantes europeos con sede en la ciudad de Cantón, en el sur de China (hoy Guangzhou) estaban realmente frustrados.
No estaban molestos debido a los resultados de la relación comercial; los beneficios de vender los cargamentos de barcos que provenientes de Europa podían ser muy atractivos. Más bien, los inquietaba el sistema chino: los cientos de reglas de compromiso escritas y no escritas que parecían estar diseñadas para mantener a los comerciantes extranjeros a distancia.
Los europeos querían que el gigante asiático adoptara ‘la liberté du commerce’ (la libertad del comercio) y el estado de derecho, en parte como una forma de reducir el poder arbitrario de los monopolios estatales chinos. La rima en este caso es más que evidente.
Pero los intentos de los europeos de ganar terreno en las negociaciones - como los de Trump actualmente - fueron rechazados en términos vagos. En un arranque de rabia, de Constant escribió en su diario que “los mandarines no rechazan nada, pero no aceptan nada”, a pesar de que los europeos “no tienen miedo de explicar claramente sus posiciones”.
Esta situación se presenta tal y como Trump está descubriendo el contexto actual, pues Pekín no tenía intención de cambiar su sistema dominado por el estado en deferencia al clamor de los extranjeros.
En un tuit reciente a través de su cuenta, el presidente estadounidense expresó no sólo la misma frustración que de Constant, sino que incluso tomó prestado un lenguaje similar. “Los chinos son expertos en no aceptar nada. Tienes que ser muy duro, y eso es lo que Trump está haciendo”, escribió Trump, citando a Sam Zell.
La resonancia histórica surge en todos los países y culturas en gran medida porque los humanos están predeterminados por su naturaleza para reaccionar de ciertas maneras a circunstancias similares. Pero en China, argumenta Timothy Brook en su excelente libro nuevo, "Great State" (Gran Estado), expone una dimensión adicional que es crucial.
Los fundamentos filosóficos básicos del Estado y el ejercicio del poder en China se han mantenido constantes durante los más de ocho siglos que han transcurrido desde que las conquistas mongoles de Genghis Khan y sus sucesores impulsaron la fundación de la dinastía china Yuan en 1271.
La visión del mundo del "Gran Estado" que surgió durante la dinastía Yuan - que después continuó durante las dinastías Ming (1368-1644) y Qing (1644-1912) - y persiste en cierta medida hoy, es una en que el gobernante está dotado de una autoridad prácticamente universal. Aquellos dentro de las fronteras de China deben someterse a esta autoridad y los que están fuera de ella deben diferir a ella.
En la arquitectura simbólica en torno a los espacios en los que interactúan chinos y no chinos, el papel de los extranjeros era impresionarse por el esplendor y los logros del "Gran Estado".
La idea de igualdad entre los Estados soberanos - el componente básico del llamado sistema westfaliano que domina en Occidente - ha tenido una tenencia más frágil en China.
El poder de este libro radica en parte en el hecho de que Brook, profesor de la Universidad de British Columbia y autor del aclamado Vermeer’s Hat, no exagera su caso. Si bien no pretende afirmar que las acciones actuales de China están prefiguradas por el pasado, un lector atento no puede dejar de notar paralelos extraordinarios.
“Animo al lector a pensar en términos generales sobre las relaciones de China con el mundo y sobre cómo esa historia puede dar forma al presente, pero esa conexión debe ser establecida por cada persona”, escribe Brook en la introducción. “Mi tarea es proporcionar trece historias que se pueden utilizar para construir esa historia más amplia”.
Su libro también reconoce que la actitud del Estado chino hacia los extranjeros es compleja y a menudo contradictoria. Quizás en su capítulo más poderoso, Brook expone una discusión brillante entre dos altos funcionarios de la dinastía Ming sobre si los misioneros jesuitas representaban una bendición o una maldición para el "Gran Estado".
Los jesuitas que llegaron a China a principios del siglo XVII representaron un desafío fundamental para la visión tradicional china de los extranjeros como bárbaros sin cultura. Matteo Ricci, en particular, ganó considerable fama porque trajo consigo un mapa del mundo, así como técnicas en astronomía, matemáticas y ciencias que eclipsaron a las de China.
En cierto sentido, la discusión contenciosa sobre los jesuitas sigue incluso hoy. A medida que China y Occidente se enfrentan sobre el comercio, la tecnología y otros temas, es posible que el mundo empiece a parecerse más a la visión de Qiu Jun, un funcionario chino que murió en 1495.
“Existe una barrera primordial entre el Cielo y la Tierra: los chinos en este lado, los extranjeros en el otro”, escribió. “La única forma de lograr el orden en el mundo es respetar esa barrera”.
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